Qué grande eras, abuelo!
Dentro de tu pequeño y castigado cuerpecito, eras un ser extraordinario.
Lo que te hacía único, era ese enorme corazón que no te cabía en el pecho.
Bueno, eso y tus increíbles historias, ¿te acuerdas?
Nos contabas cuentos, historias de brujas, dragones de siete cabezas, lagartos mágicos que hablaban… (todo verídico, jurabas una y otra vez) ¡Qué trolero eras!, ¡y qué imaginación tenías…!
¿Recuerdos? Miles.
Yo tenía 16 años cuando te fuiste, pero tengo recuerdos para llenar 10 vidas.
Recuerdo las noches de verano en el patio de nuestra casa de Móstoles. Tú sentado en tu pequeña silla de mimbre, y nosotros tus nietos, sentados en el suelo alrededor de tu silla, mirándote con los ojos como platos, impacientes por escuchar otra de tus increíbles historias, o una nueva versión de alguna, mil veces contada.
Nunca hubo un abuelo en el mundo que fuera escuchado con más atención que tú. Hasta que llegaba la abuela con la zapatilla en la mano (su eterna zapatilla), para mandarnos a la cama. Cómo corríamos al verla. Sabíamos que con la abuela, pocas bromas. Y cómo corrías tú también… La abuela no hacía excepciones…
Y la de zapatillazos de la abuela que te has llevado por interponerte entre la zapatilla y uno de nosotros.
Y los tostones. Esos garbanzos tostados que siempre llevabas en los bolsillos, y que decías eran mágicos. Curaban todos los males. Cuando alguien lloraba, le dabas unos poquitos. Cuando alguien estaba triste, tostones. Cuando alguien era castigado sin cenar, te colabas en su habitación con un puñado de tostones.
Y cómo nos reíamos, cuando conseguíamos dar esquinazo a la abuela… Lo celebrábamos comiendo más tostones…
Toda una vida de trabajo, una guerra, el hambre y las injusticias no te quitaron ni un trocito de tu fuerza, tu alegría y tus ganas de vivir.
Es increíble, que lo que al final pudo contigo fuera un diminuto cigarrillo. Bueno, un diminuto cigarrillo tras otro. Y un cáncer de pulmón.
El maldito tabaco te hizo perder hasta pelo. Te lo quemabas cuando intentabas esconder el cigarrillo debajo de la boina para que la abuela no te pillara.
Tonto,… ella era más lista que tú. Lo sabía todo.
Pero se hacía la tonta algunas veces. Por ti.
Abuelo; querido y maravilloso abuelo...
todavía te echo de menos.