a costado... ¡ya lo creo! pero al fin lo hemos conseguido.
Tenemos piscina.
Recuerdo la primera que tuvimos en la parcela... Una alberca que papá construyó para regar el huerto (entonces teníamos un abundante y variado huerto), y que nosotros aprovechábamos para darnos fantásticos chapuzones en verano, y algunas (como Bella), en cualquier época del año.
Recuerdo que cambiaba el agua cada cuatro días, pues como era para el riego no se podía echar cloro. El primer día (el que se llenaba) el agua estaba congelada. El segundo (nuestro preferido) el agua alcanzaba una temperatura casi ideal. El tercero, comenzaba a formarse esa "capita verduzca" que apartábamos con una serie de utensilios de fabricación casera, preparados para tal cometido por las primorosas manos de nuestra madre. Y el cuarto, el agua tenía un color verdoso, y estaba poblada de diminutos renacuajos. Ese día no había baño. Se vaciaba la alberca aprovechando el agua para el riego, y se volvía a llenar durante toda la noche. Y al día siguiente... ¡vuelta a empezar!
¡Qué veranos tan mágicos! Aquellas tardes perezosas caminando hasta la parcela, con las chanclas en la mano, quemándonos los pies con la arena del camino. Y los gritos de alegría cuando llegábamos, nos asomábamos a la alberca y comprobábamos que ese día no había renacuajos.
Ahora somos "los padres".
Pero como en el fondo seguimos siendo niños (unos más que otros), este verano vamos a volver a disfrutar de la parcela como en aquellos maravillosos años, solo que hoy, más acompañados...
Porque somos los mismos de entonces, pero además, cada uno viene con su medio limón (es que eso de la media naranja es un mito, ja, ja...), más una media de dos niños por barba. Lo que hace un total de... ¡Dios mío! Espero que no nos metamos en la piscina todos a la vez, porque creo... ¡que vamos a tener que nadar de pie...!
Chicos, os deseo un feliz verano, lleno de maravillosas tardes de merienda, paseos soleados y baños infinitos. Yo estaré allí, junto a vosotros...